Fruta de exportación

Lo que sigue dista mucho del posteo original, en él les hablaría de las angustias que un recién egresado puede sentir durante el agobiante proceso de buscar y encontrar trabajo… pero no; si de aquí a Junio no encuentro trabajo escribiré algo al respecto: una nota suicida. Lo que expondré ahora podría titularse Por amor al budo; ya que sólo hablare de las peripecias de esta humilde aikidoka por acercarse a las enseñanzas de O Sensei.

Y para empezar que mejor que la contingencia: el rimbombante transantiago. Se pueden imaginar que parte de los 25 mil millones de dólares que recauda el fisco cada Abril, se destintan a pagarle a unos cristianos cuyo trabajo consiste en viajar junto a las puertas traseras de los buses troncales para evitar que otros sacrificados trabajadores hagan la típica del chileno y se cuelen en los buses… insólito por decirlo menos. Casi tan insólito como el tipo que se subió a un metro en Universidad Católica y grito “¡Puta ésta wea esta casi vacía! y yo que quería agarrar unos potos”; después de eso algunos dirían que la inventiva del chilenito promedio no tiene limites, otros dirían que la negligencia en las funciones parentales orientadas a socializar y contener los impulsos de este simpático homo ¿sapiens? generaron en este afectivamente inhabilitado ser humano un tipo de apego ambivalente que lo incita a buscar continuamente el refuerzo de sus pares y demás figuras de apego para conservar la integridad de su estructura psíquica; y de seguro no faltaran aquellos que opinen que lisa y llanamente lo tiene chico. ¿A pito de que? Ustedes dirán… Pero no crean que todo es malo; ¿a alguno le paso que cuando se subía a las antiguas micros amarillas, extrañaba esas típicas conversaciones de las micros de regiones? Donde la insufrible vieja copuchenta te empieza a contar su vida desde fines del siglo XIX, sólo porque cometiste la torpeza de asentir cuando ella dijo que este verano hacia más calor que el anterior… ¡ah que recuerdos! En fin, ahora esas mismas conversaciones fueron importadas por nuestros infartados compatriotas capitalinos; es tanta la vieja gorda, el pingüino pasa’o de sueño y la universitaria provinciana que se quejan porque no saben que micro tomar, que en el proceso de socializar la molestia y discutir los términos del despido del subsecretario de transportes, se abren paso a otros temas de análisis: economía (¡y pensar que hay gente a la que le pagan por proyectos como estos!), política internacional (¿a quien demonios le copiaron este maldito sistema de transporte?), etc. Y así esta particular pesadilla vial puede transformarse en un excelente sistema de educación popular; en una de esas en vez de ver a Zamorano, después veremos a la ministra Provoste anunciando las ventajas de las micros orugas. Juro que no me sorprendería.

Todo lo anterior lo viví mientas viajaba al Dojo; sin embargo, una vez dentro, entendí que mi tormento recién empezaba. Para graficar en algo mi fiasco en el tatami lo pondré de la siguiente manera: no di jugo, di pulpa. Aun no logro establecer si: soporto la humillación por que mi proceso de desarrollo personal ha desarrollado en mí un autoconcepto lo suficientemente fuerte para resistir todo aquello, o simplemente porque aún no he desarrollado un autoconcepto lo suficientemente fuerte como para notar lo deshonroso de la situación. Y a falta de una mejor opción, me quedo con la primera.

Y es que ver a tantos buenos exponentes de las prácticas del aikido en un mismo lugar puede resultar hasta intimidante, sobretodo si consideramos que llegue tarde a la clase y que mi capacidad para pasar desapercibida se me quedo en el bus… de ahí en adelante todo mal. Y se puso peor cuando Sensei Blue (el gordis pa los amigos) anuncio con bombos y platillos la visita de Sensei A-Saito, un simpático japonecito con un ki que haría temblar a Goku, que en Septiembre vendrá a dar un seminario ¿ustedes creen que yo me voy a ir a inmolar a allá? Ni aunque mi vida dependa de ello, sólo imagínense; si me asusta la versión criolla ni a palos me enfrento a compartir el mismo techo con este cristiano… perdón shintoista, que perfectamente podría llamar pequeño saltamontes al maestro Miyagi.

Y dado que mi amor propio me impide entrar en los bochornosos detalles de mi desempeño en el Dojo, terminare refiriéndome al show que di tratando de viajar en metro con mis armas (los palos pa los amigos), es como andar con un bolso con un montón de palos de escoba al hombro, lo cual sólo se transforma en inconveniente cuando debo compartir mi metro cuadrado con otros seis moros que, tal como yo, tratan de llegar a casa después de una ignominiosa jornada. Conozco a más de alguno a quien la situación podría parecerle hasta excitante, afortunadamente no es mi caso. En fin, tal como dije antes… sólo por amor al budo. Aunque debo decir una última cosa: mi vocación por el espíritu del bushido es insignificante si me comparo con mi seinsei y senpai. Los tres llegamos a Santiago un viernes a las 6:00 a.m; la diferencia esta en que mientras yo a las 10:00 me cortaba el pelo, hacia reflejos, disfrutaba de un masaje capilar y viajaba a San Felipe, ellos estaban siendo literalmente apaleados en el tatami… ¡eso si es amor al budo! ¿o quizás sea masoquismo? ¿o falta de vida social?... Como sea, mis respetos para ellos.

PD: Cualquier coincidencia con la vida real, es sólo producto del azar y no tiene nada que ver con la realidad.

A lot of kiss… from Thanagar